A finales del 2015 recibí la devastadora noticia de que mi hija tenía en su cuerpo un gran tumor que podría quitarle la vida.  La primera reacción es el shock, la incredulidad, el pensar que es un mal diagnóstico mal intencionado y empezó la búsqueda, la fuerza de madre me hizo buscar 6 segundas opiniones que lamentablemente coincidían con el primero, un tumor benigno alojado plácidamente a lo largo de 20 cm en la médula espinal de mi hija Francesca de 13 años había crecido silenciosamente, matando algunos nervios y obstruyendo su normal crecimiento. En segundos pasas de la negación, a la frustración, terror, cuestionamiento, retrocedes en tus pasos buscando que hiciste mal, buscando culpables que no hay.  

El universo, el destino, Dios o como lo quieras llamar puso esa prueba en nuestro camino y en esta reflexión llegas a la aceptación y te enfocas en las 2 únicas opciones que tienes: seguir el consejo de los médicos que con su experiencia dicen que no hagas nada hasta que la niña presente síntomas (que valga la pena decir son irreversibles) o seguir tus instintos de mamá leona y salvar a mi hija o al menos intentar lo que esté en mis manos para lograrlo.  Con todo el miedo del mundo escogí la opción 2.  Entre idas, venidas, decepciones y alegrías logramos llevar a Francesca al Hospital de Heidelberg en Alemania donde fue operada, quitaron el 25% de su tumor, el 75% restante creció enredado en la médula espinal, por lo que tuvieron que dejarlo. Esto nos obliga a estar pendientes y en observación constante de la salud de Francesca, gracias a Dios no tiene tratamiento oncológico.  Hoy por hoy ella tiene 18 años y damos gracias todos los días, porque en algún momento nos hicieron creer que no llegaría a donde está, es toda una mujer con gran carácter, carismática, líder, soñadora, ama la música, etc. 

Y en este camino lo más increíble de todo es el grupo de contención que nos sostuvo en lo emocional y en lo económico durante todo ese tiempo, yo les llamo ángeles, porque eso son, nuestra familia, los amigos viejos, los amigos nuevos, las personas que nunca conocimos pero que se dieron el tiempo de orar y brindarnos una palabra de consuelo. Todos directa e indirectamente son los artífices de esta fortaleza.

La gran lección de esta historia es que todavía la seguimos construyendo con un poquito de miedo, con otro poco de torpeza, pero con una increíble fe en Dios y el amor y unidad de nuestra familia. ¡¡¡Seguimos vivas!!!

Autora: Gabriela Prado, mamá de Francesca.